‘Viaje hasta la vida’, de Lucas Silva Fernández
RELATO GANADOR CATEGORÍA INFANTIL/ JUVENIL, 12º CONCURSO ‘CIENCIA Y TÚ: CIENCIA A BORDO DE UN TREN’
Desde que nací me hablaron de este importante viaje. Mi única razón de ser es llegar sano y salvo hasta la última parada de este trayecto. Un día como cualquier otro, noté como una fuerza interior me empujaba hacia la estación, parecía ser el momento tan esperado por todos nosotros. Antes de que me diera cuenta el andén estaba a rebosar. Por suerte el tren llegó puntual, abrió una de sus puertas justo delante de mí, por lo que logré conseguir un buen asiento con vistas y cómodo para el resto del viaje. Cuando el tren arrancó vi por la ventana como millones de mis compañeros sollozaban al ver partir el tren sin ellos. Solo 200 de nosotros pudimos subir al tren.
Aún nos estábamos acomodando en nuestros asientos cuando sentimos bajo nosotros un traqueteo y un repentino giro, el cambio de vía. Ya no había vuelta atrás, había dejado mi hogar, había traspasado la frontera para llegar a Trompas de Falopio. A través de la ventana pude distinguir el nombre de la primera estación, La Corona Radiada. Llegaba el momento de demostrar todo lo aprendido, para lo que me había estado preparando tanto tiempo atrás. Era el momento de liberar el depósito situado en mi cabeza y soltar la enzima hialuronidasa. Si quiero continuar esta travesía también debería agitar mi cola, que tanto había ejercitado en las clases de flagelo.
Sentí como el tren frenó bruscamente y el revisor se acercaba hacia mi sitio. Vi como echaba a algunos pasajeros que no habían desprendido la enzima de su cabeza. Cuando se situó frente a mí un escalofrío me recorrió del flagelo a la cabeza. Por suerte solo era para informarme del camino que me esperaba, nos acercábamos a la siguiente parada, La Zona Pelúcida, la frontera con el óvulo.
Ya me habían explicado que para atravesar esta capa era necesario colaborar con otros pasajeros, por lo que me levanté a buscar un buen equipo. Estaba entretenido con mis nuevos compañeros sin darnos cuenta de que el tren había parado. El conductor dio la voz de alarma por los megáfonos, el que consiguiera crear un hueco en la barricada, que le impedía avanzar, lo suficientemente grande como para que el tren la cruzase, permanecería en el tren hasta el final del trayecto, los demás se bajarían en La Zona Pelúcida.
Al escuchar ese nombre de nuevo, me vino a la mente el recuerdo de aquella aburrida clase de último curso, en la que nos contaban la importancia del trabajo en equipo. El chirrido de las puertas del convoy al abrirse me despertó de mis pensamientos, todos bajaron apresuradamente e intentaron derribar la barrera. Yo, como buen líder del equipo, les expliqué que la debían aporrear hasta que se formase un agujero, donde yo me introduciría y así liberar las enzimas espermiolisinas que romperían definitivamente la barrera.
Y aquí estoy, junto a la Membrana Plasmática del óvulo, el destino final. Porque lo conseguí, logré superar esta loca aventura. Aquí se siente un especial cariño maternal, pero, sobre todo, un asfixiante calor. Solo queda esperar a que mis 23 cromosomas se unan a los suyos y formar el cigoto humano, primera célula de un nuevo organismo, la cual se convertirá en una nueva vida.