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Relatos finalistas ‘Premio del público’ del concurso ‘La Ciencia y tú’

#RELATO 1: UNA NOCHE MEMORABLE

El revuelo y la excitación que desprendían los miembros de la familia contagiaron a Aker. Olía a nerviosismo, a la emoción confusa que emana de las personas cuando no saben cómo reaccionar en circunstancias extraordinarias. A su alrededor todos buscaban sin éxito el mejor sitio desde el que observar aquellas imágenes en blanco y negro, que, como un milagro cotidiano, se habían instalado en el centro de su hogar.

Le parecía muy poco considerado que nadie hubiera pensado en él, invadiendo sin miramientos su espacio de descanso para apostarse frente al único televisor de la casa. No le dejaban dormir y eso le frustraba. Ladró en señal de protesta. Ya era viejo y el más mínimo cambio lo perturbaba; el de aquel día, en el que nadie se había acostado y todos hablaban atropelladamente especulando sobre lo que estaban a punto de presenciar, entraba en conflicto con sus rituales cotidianos. La suya era una vida sencilla, de esas que reposan felizmente en la seguridad de la rutina, con pequeñas aspiraciones y fáciles alegrías. Su idea de los días iba acompañada de una buena comida seguida de una larga siesta y un paseo por el parque. Si era Isa quien lo acompañaba, sentía que su corazón rejuvenecía y se le salía del pecho. La quería de una forma pura y con auténtica entrega. Fue precisamente ella, siempre atenta a sus necesidades, quien se apiadó de su incomprensión y le regaló un pequeño mimo, la caricia consoladora que le hizo saber que las cosas, a pesar de las apariencias, estaban bien y seguían en su sitio. Suspiró mansamente y aprovechó para asomarse a la quietud de la madrugada.

Desde la ventana Aker vio las farolas alumbrando el silencio, pero su resplandor no era comparable al desprendido por su objeto de deseo, el enigmático espejo que le hipnotizaba cada noche: la Luna. En otros tiempos los suyos veneraban con aullidos su hermosura, pero él, dócil perro de ciudad, había olvidado las canciones de sus antepasados y se conformaba con susurrarle secretos. Así ha sido durante siglos y así será mientras los perros y la Luna se sigan encontrando. La Reina de la Noche parecía haberse vestido para la ocasión; lucía sus mejores galas, las más perfectas, mostrándose con una redondez magnética y altiva. Aker pensó en un enorme queso y eso le hizo salivar. Intentó imaginar el olor y el sabor de la diosa del firmamento y se preguntó si sería tan exquisito y perfecto como el de Isa, puesto que, como todos los perros saben, el sabor de los humanos está irremediablemente ligado a su bondad. Aker había vivido un tiempo en la calle y sabía del gusto amargo y punzante que tienen las malas personas.

Sintió un estremecimiento agitando a su familia y al girar las orejas, alertado, captó el susurro de alguien que repetía obstinadamente el mismo mantra: “Es increíble, es increíble…”. La curiosidad le obligó a alejarse de la ventana. Se sentó junto a su dueña, observando sus reacciones. No supo interpretar su extraño gesto de ojos desmesuradamente abiertos y boca entreabierta. La preocupación le invadió al notar su corazón latiendo más acelerado de lo habitual y quiso besarle la mano para tranquilizarla. El roce de su lengua rescató a Isa del trance en el que se hallaba sumida. Sonrió y, rodeando su cuello peludo, le deslizó unas palabras al oído: “Aker, perro afortunado, estás a punto de presenciar una gesta que permanecerá imborrable en la Historia”. Él respondió meneando la cola con alegría, aunque su mente canina no podía concebir que los mismos hombres que danzaban con extraños y pausados movimientos en el interior del televisor, estuvieran e realidad en la superficie de su brillante confidente.

El 20 de julio de 1969 fue una fecha memorable: el ser humano consiguió llegar a la Luna. Los susurros de Julio Verne y otros soñadores como él flotaban en el aire, como un remoto eco que retumbaba en la mente de quienes fueron testigos del baile con el que Neil Amstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins cortejaron a la bella Selene. Para Aker también fue un día especial. Al filo del alba, mientras la quietud de la Luna continuaba interrumpida por una nave con nombre de dios griego, los miembros de la familia se acostaron para intentar robar un par de horas al sueño. Entonces ocurrió. Se disponía a ovillarse en su confortable cojín cuando Isa pronunció las palabras que le ensancharon el alma: “Aker, esta noche puedes dormir conmigo”.

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