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Relato finalista ‘Premio del público’ del XIV concurso ‘La Ciencia y tú’

  • Hola cariño. No te vas a creer lo que ha pasado —dijo Juan —¿Has visto el nuevo puesto que han colocado en la plaza del pueblo?
  • No me había enterado— le dijo su mujer— ¿venden algo interesante?
  • Es una tienda de un científico. Vende cosas super raras, pero para que te hagas una idea me he gastado 20 euros en un producto.
  • Espero que sea una broma — le dijo ella enfadada. – Espera cariño, que cuando te lo explique lo vas a entender. Mira esta botella tan grande. Pues está rellena de monóxido de hidrógeno. Me ha explicado que he tenido mucha suerte, pues con todo este rollo de la contaminación el oxígeno es muy caro.
  • ¿Monoqué de qué? — preguntó confundida su mujer — Hay que ver que de tonterías dices.
  • Monóxido de hidrógeno — repitió el lentamente. — Pues que sepas que tiene muchísimos beneficios. Consumir este producto ayuda a aliviar la fatiga, evita el dolor de cabeza y ayuda a la digestión. Además, nos vamos a ahorrar un dineral en tus cremas ya que también es bueno para la piel.
  • A ver, si tiene todos esos beneficios supongo que es una buena inversión. – Además — dijo entre risas — eso no es lo mejor de la historia. El científico no se entera de nada. Mientras me contaba todos los beneficios de sus productos me he metido una bolsita con unas piedritas blancas. Cloruro de no se qué se llamaba. Dice que es bueno para la hipotensión. Y le he estafado porque me ha cobrado un litro y medio en vez de dos.
  • Mucha ciencia mucha ciencia, pero luego mira quienes somos los listos — dijo la mujer riéndose. — Pues voy a ir yo también, a ver si compro, o consigo con otros métodos, algo interesante.

Tiempo después vuelve la mujer con una bolsa en la mano.

  • Cariño que señor tan gracioso. Parece el típico científico loco.
  • Ya te digo. ¿Qué has conseguido? — le pregunta el hombre intrigado.
  • Ha sido una historia muy graciosa — dice ella. — Ha empezado a explicarme que tenía un cacharro que hacía ondas electromagnéticas que movían la comida y se calentaba o algo así. No me he enterado mucho porque mientras me contaba todo el rollo he cogido un bote de carbonato ácido de sodio.
  • ¿Qué se supone que es eso? – Es super útil. Sirve para hacer postres, para limpiar e incluso se podrían hacer refrescos. He comprado otra botella del monóxido ese porque se estaban agotando
  • Me parece impresionante que hayamos conseguido todo esto por solo cuarenta euros. Somos los mejores cariño — dijo riéndose. — Ese hombre mucha ciencia y pocas luces.
  • Ya te digo. Creo que acaba de sonar el timbre. Será miguel que vuelve del instituto

Entra el chico muy disgustado a la sala.

  • ¿Estás bien cariño? — le pregunta su madre — Tienes muy mala cara.
  • He suspendido mi examen de química. Tenía que decir el nombre químico de algunos compuestos y se me ha olvidado que el agua se llama monóxido de hidrógeno.
  • ¿QUE? — exclaman los dos padres al instante.
  • Yo tampoco entiendo cómo se me ha podido olvidar. Porque que se me olvide que la sal se llama cloruro de sodio o que el bicarbonato de sodio se llama carbonato ácido de sodio es entendible pero lo otro es un fallo super tonto.

Los padres miraron espantados a su hijo.

  • A ver, que tampoco es para tanto. Hay gente más tonta que yo. Un amigo mío se ha disfrazado de científico y se ha puesto en la plaza a vender tonterías a precios super caros. Cuando me lo contó pensé que nadie iba a picar, pero hay dos que se han gastado como 40 euros en agua. Encima se debían creer muy inteligentes porque le robaron sal.
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