‘En memoria de Ada’, de Sonsoles Blázquez Martín
RELATO GANADOR PREMIO PÚBLICO, 12º CONCURSO ‘CIENCIA Y TÚ: CIENCIA A BORDO DE UN TREN’
Cuando el tren arrancó, ella corría tan deprisa en dirección contraria a la marcha que parecía que no se movía. Era curioso observar cómo los movimientos encajaban para desaparecer, ¡vaya con la física!. Pero tenía que encontrarla, sabía que estaba allí, Ada viajaba en ese tren.
A Alma le habían gustado siempre los trenes de juguete. Construía circuitos, programaba las salidas y los cambios de vía y, justo cuando parecía que las máquinas iban a chocar, se cruzaban como las bailarinas en un espectáculo. Entonces era cuando experimentaba esa sensación. Todo era posible si estaba bien programado. Sus diseños en el papel eran obras dignas de enmarcar y se pasaba horas y horas para organizar ese baile de máquinas. Incluso navegaba por la red buscando ideas nuevas. Que raro que en este tren donde se encontraba no hubiera cobertura para poder enseñarle a Ada, cuando la encontrara, los diseños que había subido a Instagram.
Fue en la red donde supo de la existencia de Ada, le atrajo el personaje desde el primer momento. A Ada le fascinaban tanto los telares como a ella los trenes, le atraía la idea de crear instrucciones con las que la máquina tejía bellos y originales diseños. Pero no sólo tenían esa inquietud en común, también escribía, como Alma, que había ganado un premio en el concurso de relatos “Ciencia a bordo de un tren”. Aún sonreía recordando el hecho, había conseguido crear una bella historia mezclando sus aficiones.
La historia hablaba de Ada, de cómo la hija de una matemática y un gran escritor, había roto con los prejuicios de la época y se había convertido en una especie de “ingeniera informática”. Los padres de Alma eran panaderos, así que su vida carecía de glamour en ese aspecto. Pero Alma estaba harta de escuchar en el instituto que a las chicas no les “pegaba” ser ingenieras, de alguna manera compartía con Ada cierta frustración.
Primera parada. Alma había corrido tanto que no se había fijado en lo extraño de ese tren, no sólo porque no tenía cobertura de móvil, sino porque era como los que aparecen en las películas antiguas, en esas de misterio que tanto le gustaban, con esos compartimentos donde puede ocurrir de todo, desde un asesinato al comienzo de una gran amistad. Miró por la ventana. Ninguna mujer que coincidiera con la imagen de Ada se había bajado del tren, así que decidió seguir buscando.
Pero esta vez se organizaría mejor. Se daba cuenta que correr y asomar la cabeza en cada compartimento preguntando por ella era un algoritmo muy poco eficiente. Así que buscó al revisor, quizás él pudiera decirle en qué compartimento estaba, si la ley de protección de datos se lo permitía, ¡claro está! Ahí estaba el revisor, ¡qué tipo más extraño! Nunca había visto a alguien vestido así, le hubiera gustado hacerse un selfie con él … si hubiera tenido cobertura. El revisor no tenía constancia de que viajara ninguna pasajera con ese nombre.
Alma se quedó perpleja, había salido publicado en la web, había un congreso importante y Ada no podía faltar, ¿cómo era posible que no estuviera allí?
La mención del congreso, sin embargo, hizo que el revisor sonriera, sí que había alguien en el tren que iba a participar en el congreso de matemáticas, pero era un hombre, un tal Charles. El revisor no sabía nada de ninguna ley de protección de datos y le indicó sin problema donde viajaba el matemático.
Cuando Alma asomó la cabeza y pidió permiso para entrar, el hombre dormía sobre una pila de papeles que había estado revisando minutos antes. En algunos estaba la firma de Ada. Pero Ada se había ido, le confesó Charles al despertar. Hacía poco más de un mes que había muerto por culpa de un cáncer. Él presentaría el trabajo de ambos en el congreso. Alma sintió el vacío que acompaña a la certeza de que nunca más volverás a ver a un ser querido y a la vez la admiración al ver su trabajo datado en … ¿1852? ¡No era posible! ¡Pero si estábamos en 2022!
Alma escucha a Siri: “Es hora de levantarse” y abre los ojos. Aún está encendido el ordenador con varias pestañas abiertas en el navegador: en una está uno de los juegos que estaba programando, en otra su última foto en Instagram, y en la última, una página web sobre la primera programadora de la historia, Ada Byron…