Relato finalista ‘Premio del público’ del XII concurso ‘La Ciencia y tú’
#RELATO 1: LEILA
– Bonitos versos, José – la joven aplaudÃa, ruborizada y con la respiración agitada, más que por la emoción, por la presión del corsé que habÃa decidido tirar en cuanto pudiera – ¡bravo!.
– Gracias, querida – el hombre de la elegante perilla aceptó el halago simulando una pequeña reverencia mientras doblaba y guardaba el papel en un bolsillo.
– En verdad se aprecia que está usted inspirado – convino el tercero de los ocupantes del compartimento – cosa que a nadie puede sorprender estando bajo la influencia de tan bella musa.
La mujer ocultó el rostro con el abanico y rió.
– Mi amada Leila – José tomó su mano y se miraron embelesados un momento antes de dirigirse al desconocido – a propósito, una suerte encontrar en un tren francés un pasajero que domine la lengua de Cervantes. PermÃtame preguntarle, ¿es usted cientÃfico, acaso ingeniero de la lÃnea férrea?. Ha desplegado la mesilla para extender estos planos que, a mi profano entender, corresponden a un tren, ¿es asÃ?.
– SÃ, asà es – sonrió pÃcaramente -son planos de un tren, pero no, no soy ingeniero… acariciando su bien cuidada barba – en realidad soy colega suyo, escritor, y aunque mi género no es precisamente el misterio, creo que estoy descifrando el enigma de este afortunado encuentro, que puede que no sea tan casual… ¿no es cierto, baronesa?.
A Leila se le escapó una risita, pero en seguida fingió, sin muchas ganas, una disimulada seriedad.
– Michel Verne, para servirles a tan distinguidas eminencias – se presentó tendiéndoles la mano – don José Zorrilla, coronado poeta nacional de la vecina España, y la baronesa Wilson, escritora, exploradora de América y, lo que más nos importa en este momento, agente literaria del celebérrimo Alejandro Dumas. ¿He acertado?
– Eh… no, bueno, yo… – balbuceó don José, hasta que vio en la mirada divertida de su compañera que ya no tenÃa sentido ocultar la verdad.
– No se preocupe, sé que ella no es su mujer, su secreto está a salvo conmigo.
Se echó hacia atrás y sacó un sobre con tabaco con el que lentamente rellenó una pipa, sonriendo satisfecho por su descubrimiento. Cuando la tuvo encendida continuó hablando al poeta, todavÃa en estupor.
– El misterio comenzó con el billete que mi padre me regaló de parte de su gran amigo
Dumas. Fue unos dÃas después de que le comentase que me gustarÃa conversar con alguno de esos autores románticos que parecen tener tratos con el más allá por el realismo con el que describen escenas fantasmales, mitos y leyendas.
– Su padre, dice, ¿don Julio, pudiera ser?, ¿el afamado don Julio Verne?
– SÃ, el mismo – Michel sonrió orgulloso – Jules Gabriel Verne es mi padre. Como le sucede a él, mi pasión es la de contar en forma de relatos de ficción la realidad de los últimos avances de la ciencia y la tecnologÃa de nuestro trepidante mundo. Nuestra inspiración siempre han sido los artÃculos cientÃficos y las últimas patentes publicadas. Hasta que me sucedió esto – dijo señalando los planos sobre la mesilla – me desubicó, no sé cómo proceder.
Don José estaba estupefacto, su Leila le sonrió, alzando las cejas, admitiendo la verdad con el gesto.
– La baronesa es conocida por sus libros, guÃas de viajes sin suspense ni intrigas, esas cosas tiene fama de dejarlas para la vida real, si me permite decirlo asà – ella sacudió la mano quitándole importancia – debe haberse divertido urdiendo este encuentro.
– Lo cierto es que sà – por fin se desahogó con una melodiosa carcajada – cuando llegó a mis oÃdos su interés pensé, ¿qué mejor lugar para la conversación que el elegante compartimento de primera de un tren tan bello como este?, ¿y quién mejor que mi José para dar consejo sobre extrañas inspiraciones?.
– Muchas gracias querida. Siempre me sorprendes – atrajo su mano y la besó – la vida contigo es una continua aventura – pero por favor, ha despertado mi curiosidad, ¿qué es lo que le inquieta?
– Un sueño – contestó Michel – allà fue donde vi todo esto – señaló los esquemas del sistema ferroviario – ¿puede creerlo?, ¿deberÃa admitirlo en mi relato?
– Por supuesto – rió don José – admÃtalo, cuéntelo todo. Yo mismo he visto el espÃritu de mi difunta abuela, he llegado a ver al mismÃsimo diablo, por eso sé que las leyendas dicen la verdad. Además, paradójicamente, los escritores de ficción somos quienes podemos y debemos decir la verdad de lo que vemos. Cuente lo que vio. Y, por favor, empiece por nosotros.
– Pues verán, soñé con un tubo hidráulico subterráneo que…
Entre humo y vapor, la conversación y el tren, avanzaban… hacia el futuro.